viernes, 23 de septiembre de 2011

El majestuoso nacimiento de las estrellas

Las galaxias no necesitan chocar entre sí para desencadenar el proceso de formación de estrellas, con lo que se derriba la hipótesis sobre este tema dominante hasta ahora en el campo de la astronomía. Esto es lo que acaba de demostrar la nave Hershel de la agencia espacial europea (ESA)

Este telescopio espacial, en órbita desde 2009, ha permitido descubrir un proceso de evolución que los cientificos del proyecto consideran "mucho más majestuoso". El hallazgo ha sido posible gracias a las observaciones realizadas en dos regiones del firmamento, cada una de un tamaño aparente equivalente a un tercio de la Luna llena. Es el gas y no el choque entre galaxias lo que provoca el nacimiento de una estrella.

Se sabía ya que la tasa de formación de estrellas experimentó un gran pico en las primeras fases del Universo, hace 10 millones de años.

En el Universo actual, según la ESA, esas tasas son poco habituales, y siempre parecían estar relacionadas con una colisión entre galaxias, por lo que los científicos supusieron que siempre había sido así.

La ESA explica que al estudiar galaxias muy lejanas, cuya luz comenzó a surcar el firmamento hace miles de millones de años, el telescopio Herschel ha podido demostrar que esa hipótesis era errónea.

El análisis de los datos generados ha permitido concluir que "las colisiones entre galaxias solo jugaron un pequeño papel en la evolución del Universo primitivo, a pesar de que algunas de las galaxias más jóvenes estaban formando estrellas a un ritmo vertiginoso".

Al comparar la cantidad de radiación infrarroja emitida por estas galaxias en distintas longitudes de onda, el equipo de investigadores pudo demostrar que la tasa solo depende de la cantidad de gas almacenado en la galaxia, independientemente de las colisiones que ésta sufra.

El gas es la materia prima para la formación de nuevas estrellas. Cuanto más gas contenga una galaxia, más estrellas formará

                                 http://www.elmundo.es/elmundo/2011/09/13/ciencia/1315935858.html


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